miércoles, 7 de mayo de 2008

Reencuentro

*Cuento basado en fuente biográfica (Ejercicio en el taller)

La última vez que la vió, había sido hace 5 años. Gustavo la reconoció de inmediato al verla llorando sobre la banca del parque, tan hermosa como la recordaba en los días del colegio. ¿Se habrá casado con su novio de entonces? Fue un primer pensamiento que le movió el estómago, pues aunque siempre le gustó, nunca hubo una oportunidad con ella. Evelyn, aún entre lagrimas en la banca, intentó sonreir para saludarlo. Acababa de terminar su relación de 6 años con Antonio y ahora parecía que el amor se había ido de su vida sin posibilidad de regreso. Una sensación de distancia y tristeza la embargaba. Entonces Gustavo la abrazó y supo que no había porque temer.



jueves, 1 de mayo de 2008

El muerto y el otro muerto

*Cuento presentado a la convocatoria del taller.


Lo primero que vi al llegar al pueblo, fue al muerto siendo cubierto con una sábana blanca. Llegaba en un campero Willis ensuciado por calles polvorientas. Incliné la cabeza a la derecha para apreciar esa sábana que rápidamente se tiñó de rojo. Sudaba incómodamente. Era un día caluroso que anunciaba el infierno que me esperaba, y que se confirmaba en el clima de muerte con que fui recibido. Pronto me invadió una cuestión: ¿Qué hago en este lugar? Y casi me arrepentí de haber hecho el viaje. El auto se detuvo en seco y anunció la llegada al hotel. Apenas si logré descender con mi maleta a tientas, antes que el chofer arrancara para perderse entre una nube de polvo. Los empleados se encontraban en la puerta del hospedaje observando hacia el lugar donde yacía el cuerpo, sin inmutarse ninguno por mi presencia. Casi me vi en la necesidad de gritar para anunciar mi arribo, hasta que una mujer morena y de facciones toscas, dió media vuelta para preguntarme lo que quería.

-Tengo una reservación a nombre de…

-Karl Andrew -me interrumpió- lo reconocí de inmediato, es usted el único extranjero que ha venido a este pueblo en años.

Sonrió sarcásticamente y agregó:

-El último que vino se quedó aquí para siempre. Ahora está tirado en la calle.

-Pienso quedarme tan solo un par de días.

La mujer caminó a la recepción, me dirigió una mirada inquisitiva y preguntó:

-¿A qué viene?

-Hago un reportaje para un diario.

-No haga muchas preguntas por aquí. Si ve algo hágase el ciego. Si tiene la oportunidad lárguese en el primer carro mañana.

-No es la primera vez que…

-No se haga el sabiondo. Aquí de nada le sirve saber algo.

Entonces soltó la llave de la habitación sobre mi palma izquierda, y salió de nuevo a la calle.

Dejé mi valija en la habitación y me cambié la camisa por una limpia. Salí a la calle con mi libreta de apuntes en mano, y quise acercarme a la escena del crimen. Por desgracia, a unos diez metros del lugar, un oficial de la policía me detuvo.

-Este no es asunto suyo.

-Soy periodista.

-Aquí usted no es nadie.

Aún quise socavar en el hecho y agregué:

-¿Lo han asesinado?

-Está muerto. Si lo han matado o no da lo mismo.

Una vez dijo esto, cerró herméticamente su boca y estiró su brazo indicándome la entrada del hotel. No había caso insistir en aquel momento, y a lo mejor no debí haberlo hecho en adelante.

Me paré junto a los empleados del hotel que miraban mudamente hacia la calle. Un aire de temor y a la vez de desdén parecía envolverlo todo. Nadie decía nada. Pasado un rato, una vieja camioneta Dodge, blanca y empolvada, se aparcó junto al muerto. Cuatro hombres levantaron el cuerpo de las extremidades y lo arrojaron bruscamente en la parrilla. Vi a mi lado al botones del hotel y le pregunté:

-¿Puede decirme dónde está la morgue?

Me observó seriamente un tanto molesto por mi pregunta:

-¿Qué cosa? -respondió.

-El lugar donde llevan a los muertos para realizarles la autopsia.

-Aquí a todos los muertos los abandonan en la ciénaga para que se los coman los cocodrilos.

-¿Y si alguien reclama el cuerpo?

-Aquí los muertos se mueren y ya.

Volteó a mirar hacia un restaurante contiguo cuya actividad parecía haberse reiniciado y me dijo:

-Mejor coma algo.

Me senté en una de esas mesas rústicas de madera con mantel a cuadros rojos. Tenía que cambiar de táctica si deseaba obtener información. Mi trabajo estaba estancado y el polvo comenzaba a dificultarme la respiración. También era cierto que tenía hambre. Casi afanado, un mesero se acercó a tomar mi pedido.

-¿Desea usted el plato del día?

Miré la carta sin detenerme en detalles, asentí afirmativamente con la cabeza, y le ofrecí un billete intentando establecer un diálogo con él.

-Es una pena lo del asesinato aquí enfrente. ¿No cree?

El hombre respondió dubitativamente, como si temiera por el efecto de su respuesta.

-No creo nada. Yo aquí solo soy el mesero.

Miró de reojo a su alrededor antes de continuar:

-¿Desea algo más? -preguntó.

-Una cerveza fría estaría bien -le dije.

Me la tomé, comí, y regresé al hotel para tomar una siesta.

Cuando comenzaba a oscurecer, tocaron a la puerta y desperté.

-¡Señor Andrew, abra la puerta por favor! ¡Señor Andrew, no se resista!

La voz era seca y con ese tono de autoridad que exige lo que anuncia. Me levanté para abrir. El picaporte apenas terminaba de dar la vuelta cuando la puerta fue empujada con tal determinación que me arrojó al suelo. Un par de hombres bajos pero robustos me tomaron de los brazos y me pidieron que les siguiera a la salida del hotel. Yo hice caso entre dormido.

Al otro extremo de la calle esperaba la camioneta Dodge en que habían subido al muerto ese mediodía. Estaba oxidada, desajustada, y olía terriblemente.

-Mister, usted insiste demasiado en romper con el silencio. Aquí no nos viene bien eso -me increpó el hombre de la voz seca.

-Soy un reportero de paso -dije.

-Aquí usted no es nadie. ¿No ha comprendido?

El polvo comenzó a levantarse detrás de la camioneta a medida que esta aceleraba. Una certeza se vislumbró ante mi entonces: bajo la sábana ensangrentada se escondía mi reportaje. Estaba perplejo, y el calor no parecía cesar nunca en aquel lugar.

-Señor Andrew, ¿sabe usted adonde lo llevamos?

-A la ciénaga supongo.

-Muy sabio señor Andrew, muy sabio.

(2007)