sábado, 5 de julio de 2008

Un sueño perturbador

*Cuento basado en fuente metaficcional.


He tenido un sueño perturbador. Había sido elegido presidente de la nación y caminaba desnudo por una vía principal. A mí alrededor, el servicio secreto vigilaba atento con la orden de arrestar a todo aquel que dijera que yo estaba desnudo. Una vez en la cárcel, los jueces debían dictar sentencias rápidas que en todos los casos eran siempre la misma: la pena de muerte. Por supuesto, yo sabía que solamente llevaba unas gafas oscuras; y que andar desnudo era solo una diversión. Durante semanas había hecho circular en diarios y noticieros, el comunicado sobre un importante contrato estatal con reconocidos diseñadores franceses e italianos cuyo fin era confeccionar los vestidos del señor presidente. Estos vestidos tenían una singular característica: ser invisibles para todo traidor a la patria. Así, todos quedaron advertidos.

La organización de tan magnífico divertimento me había alejado de mis responsabilidades presidenciales, de manera que mis quehaceres de gobierno quedaron delegados en mis ministros, quienes serían destituidos en caso de revelar mi desnudez. ¡Qué fantástico Versace! ¡Qué sofisticado Armani! —cosas así oía decir a todos.

El ministro de defensa me acompañó en mi paseo por la vía principal, reportándome el éxito del servicio secreto descubriendo a los traidores y la eficacia de las tropas llevando a cabo las ejecuciones.

—La oposición ha sido aniquilada en un 90% —dijo el ministro—. Como habíamos previsto fueron los primeros en poner en duda su elegante forma de vestir.

Al poco tiempo llegamos a la plaza de la capital, en donde se realizaban algunas de las ejecuciones.

—Se hace tal y como usted lo ordenó. Son puestos en catapultas y lanzados más allá de las montañas —señaló el ministro.

Mientras disfrutaba de unos lanzamientos, irrumpió en la plaza un grupo de hombres desnudos con pancartas que proclamaban: “Nosotros también estamos a la moda”. Sentí violado mi estilo. Indignado, le exigí al ministro que hiciera algo. Me dijo:

—No existe ninguna ley en contra de vestir como usted, señor presidente. Además, se trata de vulgares imitaciones de sus vestidos.

Me desperté perturbado por este último incidente. Observé mi vestido nuevo colgado tras la puerta y pensé: “Cumplirá la promesa de hacerme ver único cuando lo vista”. Las elecciones comenzarían en pocas horas. Volví a cerrar los ojos para dormir.